Qué encendida está la tele, los parlamentos, feisbú. La pantalla de mi móvil.
Qué encendidos los vecinos.
Cómo ladran. Al azuce de los mediocres. De gente sin vida diciendo nada.
Que mi patria no es de ellos, que la nuestra no les sirve, que mi patria es lo que soy y tú ya no eres mi patria.
Que te odio por tus culpas y te culpo por mi odio.
Tu culpa es mi madre asustada en casa.
Que no me hable un amigo es tu culpa.
Tu culpa, también, este futuro sombrío que respiramos.
Y un viejo se muere solo.
Y su nieta no lo entiende.
Tu culpa.
Mientras, juegan mis hijos en casa al abrigo de mis años y de días más serenos.
Y me descubro, de nuevo, contemplando ese lugar, con sabores y paisajes que nunca encontraré fuera.
Que cargas a tus espaldas por lejano que se encuentre.
Al que siempre se perdona y amas sin elección.
Como tu patria.
Es un bote de colón lleno de piezas de tente.
Un airgamboy sin peluca, una peli de dos rombos.
Mi patria es una lagarta, disfrazada de mujer, que se traga un ratón vivo.
Un país en el que siempre está a punto de llover y no luce tan bonito como antes te creías.
No hay más patria que la niñez, dicen los versos de Rilke.
Lo sabe el viejo que muere.
Y la niña sin su abuelo.
Y también lo sabes tú, en cuanto apagas la tele.
A veces lo palpo, a veces no.
A veces lo entiendo, a veces no.
A veces me identifico, a veces no.
A veces mi cerebro de setenta años intenta compararlo, veces no porque amo el tiempo.
A veces vislumbro el sesgo poetico, difícil definir. A vecs no.
A veces duele la existencia que hay detras de cada palabra -así es la poesía- pero huye jugando al escondite. a veces no.
Y soy yo que quiere jugar al escondite pero la prudencia no me deja.
Será mejor que no juegue y siga sentado en la acera siempre esperando la palabra de los niños que antes jugaban con los airganboys o a los de ahora. tengo que aprender su idioma.
Me ha gustado.