La chica empezó a tocar el saxo de un modo extraordinario.
Bajo la bóveda de aquella estación de metro abandonada, que por alguna razón había resistido el impacto de las bombas, resonaron notas de color esmeralda que llegaron hasta más allá de los límites de la ciudad.
Los pocos que aún quedaban en pie para escucharlas supieron entonces que había una esperanza, un lugar seguro en el que refugiarse.